“Al fin y al cabo, somos lo que hacemos por cambiar lo que somos”. (Eduardo Galeano)
Coyunturas de Nobel a un lado (la guerra de fans y antifans, expertos, villamelones y comentócratas, dejémoslas a las fauces devoradoras de las redes sociales), por estos días me obsesiono, como cada tanto, con Eduardo Galeano, de quien ayer, 12 de octubre, recordábamos esto:
El Descubrimiento de América
En 1492 los nativos descubrieron que eran indios,
descubrieron que vivían en América,
descubrieron que estaban desnudos,
descubrieron que existía el pecado,
descubrieron que debían obediencia a un rey y una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo,
y que ese dios había inventado la culpa y el vestido
y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que que la moja.
(De Los Hijos de los Días)
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Hoy, en medio de los incontenibles trenes del mame, viene a cuento otro episodio de este entrañable escritor uruguayo:
La Muerte
Ni diez personas iban a los últimos recitales del poeta español Blas de Otero. Pero cuando Blas de Otero murió, muchos miles de personas acudieron al homenaje fúnebre que se le hizo en una plaza de toros de Madrid. Él no se enteró.
(De El Libro de los Abrazos)